En este artículo, Gonzalo Rojas -asertivamente sin lugar a dudas- plantea un lado de las cosas, una parte de la verdad, esto es, pone en evidencia que cuando no hay un orden social bien constituído (con un principio de autoridad que se ejerce en todos los niveles) se desatan desordenadamente una serie interminable de tendencias y presiones que solamente se preocupan de sus intereses particulares, en desmedro del bien común.
Y las consecuencias de ello son todo lo lamentables que pueden ser, como lo ejemplifica Rojas en este artículo.
Pero al artículo (aceptemos que no se le puede pedir mucho a un breve artículo) le falta aludir al otro lado de las cosas, a la otra parte de la verdad, esto es, que esos desordenes se han desatado, no porque sí, sino que porque el estado ha eliminado o no ha creado ciertos mecanismos por donde esas tendencias o intereses particulares se pueden canalizar sin necesidad de andar presionando al resto de la comunidad.
Veamos.
1. Se hace necesario restablecer la asignatura de Educación Cívica en el sistema escolar, pero no como antes solamente en los últimos dos años, sino que desde el nivel parvulario hasta el nivel universitario, en orden a inculcar a los educandos las normas de convivencia dentro de una sociedad.
2. Se hace necesario construir ciclovías a la vera de todas las autopistas, carreteras, caminos principales y secundarios y calles de todas las ciudades y pueblos de Chile; y legislar la conducción ciclística de tal modo que las infracciones que se produzcan sean tan condenables como las infracciones de los automovilistas.
3. Construcción de espacios municipales cerrados donde las personas que quieren a los quiltros (perros callejeros) pero que no puedan mantenerlos en sus casas los apadrinen y les lleven alimentos, y si dejan de alimentarlos, entonces los veterinarios municipales los puedan sacrificar. De tal modo que se tipifique la existencia de jaurías en las calles como un incumplimiento del deber de las municipalidades y así los transeuntes puedan caminar tranquilos.
4. Se hace necesario que el Estado asegure a cada junta vecinal un espacio en donde se pueda construir un muro en donde los vecinos puedan hacer sus dibujos, graffitis, pinturas y leyendas, se fotografíen una vez al mes y se borren para seguirlo usando. Y junto a ese muro una sede vecinal, con extrema aislación acústica, que puedan usar los grupos de vecinos para hacer sus fiestas ruidosas sin tener que molestar a los demás vecinos.
5. Y así, cada una de las situaciones denunciadas puede tener una solución canalizadora y que la represión solamente se aplique a quienes no respetan esos canales.-
PETRAS.-
Columnistas
Miércoles 17 de abril de 2013
Las oligarquías abusadoras
"Quienes de verdad han copado la vía pública han sido las nuevas oligarquías, las organizaciones de abusadores anónimos, que de democráticas no tienen nada..."
Dicen que la democracia se tomó la calle, dicen.
No es cierto, porque quienes de verdad han copado la vía pública han sido las nuevas oligarquías, las organizaciones de abusadores anónimos, que de democráticas no tienen nada.
No, no se trata de esos estudiantes movilizados que quieren erigirse -planificadamente y cada 30 días- en canon y medida de los malestares, sino de esos otros grupos de patudos que invaden espacios que llaman "de todos", pero que día a día ellos mismos van transformando en dominios de unos pocos, de esas oligarquías de abusadores.
Qué simpáticos los ciclistas, qué bien le hacen a la vida en común, pero desde que decidieron invadir las veredas nos tienen a los peatones con el alma en vilo. En noviembre pasado eran uno por cuadra; hoy llegan a casi cuatro. Van con casco -¿temerosos de que algún transeúnte les dispare con una bazuka?- y a velocidades de crucero; no faltan los que incluso circulan concentrados en sus celulares, una lepra ya lamentable entre bípedos, pero peligrosísima cuando vas al mando de dos ruedas. Señoras con niños, ancianos: contraten seguros especiales.
Algo nos une en todo caso, porque a cada metro los ciclistas y los peatones nos encontramos con abundantes excrementos de perro. La producción de los canes vagos -protegidos por las oligarquías animalistas-, incrementada por las encantadoras mascotas que circulan de la mano de sus amos, suma toneladas de fecas que inundan las veredas. Pocos -casi siempre extranjeros- son quienes usan la bolsita del caso para recoger. Los demás, oligarcas chilensis , dejan la huella como demarcación de territorio.
Igual cosa hacen los grafiteros, aunque en nocturnidad. A las sombras de la noche se acogen también las oligarquías de los abusadores del silencio: organizan fiestas en lugares públicos -el castillo del cerro Santa Lucía es un ícono-, pero desconocen las leyes de la transmisión del sonido: inundan con su agresividad las habitaciones de pacíficos residentes que intentan dormir, pero dan las 11 y dan las 12, y tam, tam, tam...
Los cineastas son un gremio de especial prepotencia. Anda tú a pedirles que te dejen salir de tu casa: ellos están filmando; es decir, ellos están en posesión de la realidad, ellos la están capturando en video o en celuloide; como tú eres la ficción, aguántate. Oligarquía pura.
Y el garabato. Sí, el garabato es el gran fetiche de las nuevas oligarquías: lo usan en el Metro, en la calle, en el restaurante, en la entrada a clases. Aquí estoy yo, afirman con la grosería; aquí estoy yo, el liberado, el dueño de la situación.
Súmale los automovilistas que se detienen sobre el paso de peatones, los tipos que se sientan en las escaleras del Metro, el patán que abre las piernas en la micro o en el bus interurbano, de modo que el asiento paralelo queda reducido al 25% del espacio; los skaters que se lanzan a fracturar tobillos, los cuatro tipos en fondo que copan una vereda, como si fuera de una sola vía.
Probablemente, todos estos no son los abusadores a los que se refiere Bachelet en su publicidad, cuando ella afirma que "No más abusos". Quizás la precandidata no está pensando en esas oligarquías que, autodenominándose minorías, han pasado a dominar la escena del centro de la capital. Ella seguramente no se refiere a ellos, pero ellos sí la tienen a ella por referente.
Cada uno de esos grupos -a veces son las mismas personas- se siente dueño de un espacio público que arrebata a la generalidad de los ciudadanos. Su mentalidad es la del aprovechador que espera que, en nombre de sus derechos, el Estado le garantice sus caprichos.
Y eso, ciertamente, calza muy bien con la oferta Bachelet.
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