La plaza Durbar de Katmandú
/terremoto del sábado 25 de Abril
Estoy por los
suelos, el terremoto de Katmandú se llevó la plaza más linda del MUNDO. La plaza de Katmandú tenía templos hechos de madera de un solo árbol (algo
para no creerlo) levantados sobre terrazas con piedras talladas de arquetipos
milenarios y monstruos para espantar los demonios. Tenía elefantes, budas,
flores talladas en la piedra y en la madera, pintadas con colores que los
fieles sacaban de sus frentes haciéndolas revivir. Todo esto protegido, abrazado, por raíces de
árboles que seguían los recovecos en tramas vegetales conseguidas por años y años.
Hombres sagrados, que vivían en mundos visibles e invisibles al mismo tiempo, prendían
inciensos olorosos y mujeres campesinas traían flores de los montes más altos
del mundo. Habían también sacrificios de animales: rituales paganos
antiquísimos con flores del día y sangre que hacían más real esta
plaza fuera del tiempo. Las techos de los templos de la plaza de Katmandú iban subiendo
lentamente hacia los cielos, cada uno a su ritmo, la idea era no llegar nunca
muy alto para esperar a los que algún día llegarían a visitarla siguiendo en
eso al Buda del Futuro, quien en la frontera del Nirvana no quiere cruzar la
línea de la iluminación hasta que no se salve el último de los hombres. La
plaza de Katmandú era más que una religión, era una plaza donde los árboles,
los hombres y los dioses se reunían para compartir lo único que no es
colonizable: la devoción (el amor), la belleza (el arte) y la muerte. Al
destruirse no sólo se perdieron vidas humanas ahí, se perdió VIDA y todos en el
mundo al otro día amanecimos más pobres. También a 5 km de ahí estaba la plaza
de Patan ¿se salvó?, esa era la segunda plaza más linda del MUNDO...
2500 muertos
por el terremoto, quizás la cifra subirá a 5.000 o a 20.000. Es duro morir como
hormigas, pero a fin de cuentas siempre vamos a morir. Pero esos templos y esa plaza
milenaria no eran hormigas, eran el mejor recuerdo de los hombres a sus dioses,
lo mejor de una arquitectura anónima, devocional y ensimismada que guardaba en
sus paredes el paso del tiempo y el deseo de felicidad de los hombres. Quienes
iban ahí pintaban la frente de sus
ídolos, hacían girar sus oraciones en el mismo sentido que el sol avanza por
los cielos y seguían más felices a su
trabajo.
Y algo más sobre la plaza más linda del mundo. Adentro de ella vivía una niña llamada Kumari, tal vez secuestrada, tal
vez en su máximo honor, una niña diosa viviente que vivía en el palacio
principal el cual solo abandonaba 3 veces al año. Una niña de 7 años elegida por los sacerdotes de la casta más
alta, descendiente del Buda, porque Buda nació en Nepal pero se iluminó en la
India. Una niña que para ser escogida tenía que pasar por pruebas notables y
extrañas: reconocer prendas y objetos que pertenecieron a antiguos Dalai lamas
lo que comprobaba que sus ojos veían con el corazón / dormir en piezas con
cabezas de búfalos decapitados, con la sangre esparcida por el suelo y murallas
para demostrar que no tendría miedo / y no haber sangrado nunca, nunca haber
tenido una herida cortante, porque los dioses NO pueden sangrar. Por eso esas
niñas cuando menstruaban dejaban de ser diosas y eran reemplazadas por otra
Kumari que los monjes salían a buscar por todo el territorio nepalí. Todas las
mañanas, a cierta hora, Kumari salía por un balcón de su palacio, saludada por
unos segundos a los turistas, a sus devotos, a las palomas, a los pájaros tordos
y a los monos de los árboles. Todo a su alrededor pasaba, pero ella permanecía sin sangrar detrás del incienso, sin
saber siquiera que algunos occidentales encontraban extraña su infancia.
Todo eso había
en la plaza de Katmandú y alrededor de ella
estaban los antiguos artesanos del bronce sacando moldes de todos los
Budas, de Tara, de Maitreya, de Bodhisattvas. Sí, esculturas de Buda, el iluminado que no
quería réplicas de su imagen, el dios del cual solo después de 300 años de su
paso aparecieron sus primeras
esculturas. En la Plaza de Katmandú se adoraba a los dioses hindúes y budistas
y al mismo tiempo pasaban por alto sus deseos porque al fin y al cabo “no había
que tener deseos”.
Todo eso había en la plaza más linda del mundo. Y todo
eso en parte desapareció ¿Y dónde estará
ahora Kumari, la niña diosa viviente que no podía tener heridas? El terremoto
se llevó a Kumari, el templo y la plaza
y solo quedó el dolor de los que perdieron a sus familiares. Y aquellos sadhus o vagabundos sagrados que adoraban ese lugar, que no tenían nada,
ni familiares ni ropa, pero igual perdieron todo ¿lo perdieron todo? ¿están tristes y
bajoneados? Ellos, los santos vagabundos ¿pueden estar tristes si no aspiraban
a nada y ahora no tienen nada? Eso es lo
que me pregunto…Yo sí estoy triste porque no soy santo, porque no he renunciado
a nada, porque creo que la belleza salva.
La vida en el
planeta Tierra es odiosa porque no permite lo eterno. Ciertas cosas bellas
hechas por el ser humano deberían ser eternas. Alguien, un demiurgo, corrompió
nuestro corazón, nos separó de la naturaleza, nos castigó a hacer cosas eternas
en un mundo finito. Si nuestro corazón no se hubiese separado de la naturaleza,
haríamos cosas que no se destruyen nunca, solo se transformarían siguiendo las leyes eternas de la naturaleza. Pero
alguien nos desvió, condenándonos a la soledad de los salvajes, los parias, los
eternos derrotados. Sólo la muerte nos aliviará de la desgracia de nuestros
corazones separados del GRAN TODO. Hay que morir. Hay que morir con las botas
puestas.
Los hijos son los
hijos, la magia de la sangre de la sangre. Si algo les pasa a ellos uno se
muere de dolor, cuando se salvan los hijos se salva todo por un instante más...
Pero esa plaza era mi hija también, era mi bella hija y yo era también su hijo.
Una vez nos encontramos y yo le pregunté si ella era mi hija y ella me dijo que
sí, que ella era mi hija y mi madre/padre, que ella era igual que el sol,
pero convertida en una plaza para que así todos los hombres pudiéramos adorar
al sol sin quemarnos.
Mis plegarias NO
han sido atendidas porque morir es escaparse y volver a fundirse en la
naturaleza, y yo quería todo lo contrario, quería tallar una piedra y ponerla
en vez del sol, una piedra intergaláctica con una frase mágica indescifrable,
una piedra imán que cambiara el rumbo de los astros y que nos llevara hacia un nirvana
adentro de nosotros, un paraíso con los hijos de todos, un paraíso inventado
por ellos mismos cuando eran niños, un paraíso muy parecido al que teníamos nosotros
cuando alguna vez de niños lo soñamos. Un paraíso pre cristiano, salido del sol
y de los astros pero bajado a la Tierra por los primeros niños del mundo cuando
escucharon a sus padres decir que ese sol y esa luna eran sus verdaderos padre
y madre. Entonces ellos miraron al cielo e inventaron otro cielo. Ese es el paraíso perdido. En ese paraíso es
donde los artistas y los amantes de todos los tiempos han dejado sus tesoros.
A ese lugar hay que
llegar, al cielo inventado más allá o más acá del Big-Bang. Alguien tiene que
grabar esa piedra que nos lleve ahí para revertir el abismo a que nos empujó el
demiurgo. Y tiene que ser sobre la piedra,
porque las estrellas son piedras y ellas pasaron por el sol y se derritieron y
volvieron a ser piedras .Hay que tallar o poetizar o musicalizar una piedra y
tirarla al espacio para que ella encuentre para nosotros una entrada al
nido habitado
que está detrás de este mundo.
La plaza Durbar
de Katmandú era mi hija y el sueño de mi hija. Era un portal de piedra
tallada en el incienso, sacada de la madera de un sólo árbol. Era una de las entradas
secreta a un paraíso que los niños del mundo inventaron la primera vez que
miraron el cielo y adonde los artistas y los amantes siempre han dirigido sus
pasos... Estamos perdiendo las huellas hacia lo sagrado y ahora está todo ahí en el suelo, en la superficie. Tendremos que volver a cavar, para encontrar de nuevo lo profundo. Los muertos del terremoto
de Katmandú se llevaron con ellos la
plaza más linda del mundo.
GONZALO ILABACA.
Pintor. Ciudadano ilustre de Valparaiso.
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